miércoles, 11 de junio de 2014

LEYENDO A SUSAN SONTAG
Escribe Carlos Sforza*
Había leído esporádicamente a la ensayista, narradora y periodista Susan Sontag. Sus comentarios, entrevistas y notas, su labor de periodista en Sarajevo destrozada por las bombas serbias, siempre me llamaron la atención por el enfoque de quien escribía y la inclaudicable posición que siempre mantuvo.
Ahora he tenido la suerte de leer su libro “Cuestión de énfasis” editado por Alfaguara en traducción de Aurelio Mayor (Bs. As., 2007, 392 p.). Susan Sontag nació en Nueva York en 1933 y falleció en 2004.
Con una prosa trabajada, sin remilgos, la escritora nos entrega en este libro una serie de artículos de diversa índole. Y para adentrarse en la lectura hay que tener una visión bastante amplia y diversa sobre los temas abordados. Diría que no es una obra para la lectura de un principiante, sino para alguien que conozca a autores y temas que hacen a la realidad que vivió la escritora.
La autora estadounidense aparte de sus trabajos literarios, recibió importantes premios por su labor como, por ejemplo, el Premio Jerusalén por el conjunto de su obra (2001), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y el premio de la Paz  concedido por los libreros alemanes.
EL LIBRO
La obra que acabo de leer con placer se divide en tres secciones: Lecturas, Miradas yAllí y Aquí. La primera se refiere concretamente al estudio y análisis de obras y autores y su mirada crítica campea en todo momento. 
En la segunda, Susan Sontag plantea un panorama enorme sobre diversos temas que ha estudiado y conoce bien: así se trate de la fotografía, la música, la danza, el teatro (es también autora y directora de obras teatrales). Sus acertadas incursiones en los diversos temas hablan a las claras de la capacidad, conocimiento y discernimiento de la estadounidense.
La última parte del libro nos muestra su pensamiento sobre diversos temas, sus viajes, la experiencia adquirida en ellos y nos muestra y nos sobrecoge con la puesta en escena, en la semidestruida Sarajevo, bajo la luz de algunas velas, de la obra Esperando a Godot.
Entre las afirmaciones de la Sontag, está ésta: “Por supuesto que todos los géneros de ficción se han nutrido siempre de la vida de los escritores. Cada detalle de una obra narrativa fue alguna vez una observación o un recuerdo o un deseo, o es el sincero homenaje a una realidad independiente de la identidad” (p.40).
Su estudio, muy bien trabajado, sobre Machado de Assis es iluminador. Como lo es la profundidad que pone de manifiesto cuando aborda la obra de Roland Barthes. Podría seguir enumerando casos como los prólogos que escribió
a la novela Ferdydurke del polaco que estuvo exiliado en nuestro país Witold Grombrowicz  o a la traducción de Pedro Páramo de Juan Rulfo.
Asimismo resultan ilustrativas las respuestas que dio en 1997 a un cuestionario de la revista francesa La R´egle du Jeu sobre los intelectuales y su misión. Dice, entre otras cosas, que “por intelectual quiero decir intelectual libre, alguien que, al margen de su mérito profesional o técnico o artístico, esté comprometido a ejercer (y por ende, implícitamente a defender) la vida mental por sí misma” (p, 329).

   Esta recopilación de ensayos, notas, experiencias y críticas de Susan Sontag es un valioso aporte al pensamiento y la cultura de nuestro tiempo,

lunes, 19 de mayo de 2014

HABLA LA POESÍA
Escribe Carlos Sforza*
Se han escrito (y se escriben) muchos libros de poesía. Pero muchas veces sólo se está ante el intento de escribir poesía. Borges, de insoslayable cita en este tema, dijo en una de sus conferencias de Harvard que “siempre que he hojeado libros de estética, he tenido la incómoda sensación  de estar leyendo obras de astrónomos que jamás hubieran mirado a las estrellas. Quiero decir que sus  autores escribieran sobre la poesía como si la poesía fuera un deber, y no lo que es en realidad: una pasión y un placer.” (Arte poética, p. 16).
Al fin de cuentas, el mismo autor de “Ficciones” sostenía que “los libros son sólo ocasiones para la poesía”. Y es así nomás. La poesía está desde los comienzos de la humanidad con una presencia que va de la oralidad al encierro en un libro.
Por otra parte con el correr de los tiempos se fue dividiendo esa pasión poética y se diversificó en lo que se decía o escribía en versos y lo que tomaba otro formato: la prosa. Precisamente en su tercera conferencia en Estados Unidos, Borges lamenta que la palabra “poeta” haya sido dividida en dos. Y afirma con convicción: “Mientras que los antiguos, cuando hablaban de un poeta –un hacedor- no lo consideraban únicamente como el emisor de esas elevadas notas líricas, sino también como narrador de historias” (op. cit., p. 61).
Posteriormente a esa consideración, por razones de estudios, de la formación de academias y otras instituciones, por el uso de los especialistas, se fueron dividiendo los géneros en cuanto se refiere a la escritura, se crearon los cánones y así seguimos.
 Este recuerdo de lo que opinaba Borges, vienen a cuento ante la lectura del último libro publicado por Martín Carlomagno. Se trata de “La inocencia y el viento” –Poemas- (Ediciones del Clé, Nogoyá –Entre Ríos-, 2014, 144 p,). Es un poemario que rompe, en cierta medida, las estructuras clásicas de esa forma de escritura conforme a los cánones vigentes, y nos introduce en el placer de leer poesía. Es ilustrativa la cita que abre el libro, del poeta Luis Rosales cuando en “La luz del corazón llevo por guía” dice: “… yo reuní para ti, como en un ramo, a todas las palabras verdaderas,/ yo reuní todas las palabras,/ y abrazándote entonces,/ te puse, para siempre, sobre los labios  el nombre de/ María.”
Precisamente en esa cita se centra la esencia del poemario de Martín Carlomagno.
El poeta en “La inocencia y el viento” es una relator que no desperdicia lo cotidiano, los seres que rondan a nuestro lado para utilizarlos poéticamente y hablar, no desde un argumento determinado, sino desde y por la misma poesía.
Estamos ante un poeta que no sólo usa el verso clásico, sino lo que es la palabra y su trascendencia y la convierte en poesía. Susan Sontag en “Cuestión de Énfasis” que reúne muchos de sus artículos y notas, cuando habla de Roland Barthes afirma que éste “invoca la moralidad de la forma, lo que hace de la literatura un problema y no una solución, lo que conforma la literatura”. Y agrega: “Pues Barthes comprendía (a diferencia de Sartre) que la literatura es toda ella, por encima de todo, lenguaje” (p. 92/93).
Quien se acerque al poemario de Carlomagno podrá preguntarse: tiene un personaje central el libro. Yo, es mi opinión claro, diría que sí. El personaje es la literatura y, concretamente la poesía. En la madre, en “el enano de la carnicería”, en el río, en la lluvia, en la soledad, y en la soledad en compañía,  todo ello se conjuga poéticamente para anunciar la presencia de la grande poesía.
El lenguaje lírico que utiliza el poeta y en el encadenamiento que hace de las palabras, en todos se anuncia y se presenta a la poesía.
Y lo hace Martín a la manera en que lo expresara Borges, como un “narrador de historias”. Historias que se agarran fuerte de la poesía para que sea ésta la protagonista de este valiosísimo libro que hoy nos regala Martín Carlomagno.
  

       
 


jueves, 1 de mayo de 2014



ANTES Y DESPUÉS LA ESCRITURA
Escribe Carlos Sforza*
Por supuesto que tengo que hablar de Gabriel García Márquez. El lector podrá preguntarse, ¿por qué se ha escrito tanto y tan bien sobre el autor de “Cien Años de Soledad”?
Sencillamente porque ha sido uno de los grandes  escritores que ocuparon el siglo veinte  y de lo que va del veintiuno.
Su muerte pone fin a lo que durante 87 años nos entregó entre recuerdos de la niñez con sus abuelos hasta después del encumbramiento con el Nobel de Literatura.
PERIODISTA
Nacido el 6 de marzo de 1927 en Aracatapa, pequeña población en las costa atlántica colombiana.
Desde muy joven sintió una especial atracción hacia el periodismo que mantuvo hasta su muerte.
Precisamente en una conferencia que dictó en 1996 en la Sociedad Interamericana de Prensa, sostuvo: “Los periodistas no son artistas”. Y agregó: “Estas reflexiones por el contrario se fundan precisamente, en que el periodismo escrito es un género literario. Hace unos cincuenta años no estaban de moda escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres

de imprenta, en el cafetín de enfrenten En las parrandas de los viernes”.
La crítica del gran periodista que fue “Gabo”, se centran en hechos puntuales. De allí que en la mencionada conferencia explique que “(…) estas críticas para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo”. Gustaba decir que para un periodista lo importante no es dar la noticia primera sino que este bien dada.
Su veta periodística la dejó entrever en sus relatos y en cómo supo aprovechar “el estaño” de los bares para acumular experiencia.
EL ESCRITOR
¿Qué se puede agregar sobre García Márquez escritor a todo lo dicho y escrito hasta hoy? Solamente la experiencia de haber gozado con la lectura de sus muchos libros. Desde el que le dio fama y se editó en Buenos Aires en 1967,  y que leí pues cuando apareció me lo prestó el Dr. Raúl Trucco (gran lector, él)
Hasta esa hermosísima nouvelle, “Crónica de una muerte anunciada” y “El amor en los tiempos del cólera” para continuar con tantos títulos donde “Gabo” pone de sí lo que le enseño el periodismo, el que él practicó y hasta enseñó, y los relatos de los abuelos que vienen muchos de ellos de las Crónicas de las Indias de donde salen escenas del realismo mágico.
La muerte de Gabriel Márquez, no por anunciada pega fuerte, no.
 Porque a través de su genio periodístico y literario, vivirá entre nosotros y alguien, en un pueblito como Aracataca o en una gran urbe, gozará con su obra.





domingo, 13 de abril de 2014

HABITAR LA POESÍA
Escribe Carlos Sforza*
Julio Luis Gómez, poeta santafesino, nos tiene acostumbrados a una expresión lírica de calidad y que mantiene los cánones clásicos agregándole la impronta personal. Es decir, su propia voz para llegar al lector u oyente, al otro, en el juego dialógico que se entabla entre el poeta y quien accede a su poesía. Es la presencia del otro lo que mantiene ese encuentro, como lo sostuvo claramente entre otros, el filósofo Martin Buber: “Únicamente cuando el individuo reconozca al otro en toda su alteridad como se reconoce a sí mismo, como hombre, y marche desde este reconocimiento a penetrar en el otro, habrá quebrantado su soledad en un encuentro riguroso y transformador” (“¿Qué es el hombre?”, p. 145).
Desde el yo se va al tú, y esa confluencia con la otredad alimenta, sin dudas, la presencia salvadora de la palabra a través de la poesía.
El último libro publicado por Julio Luis Gómez es el poemario “Reinos sin olvido” (Ediciones Universidad Nacional del Litoral, prólogo de Antonio Requeni, Santa Fe,  2013, 84 p.). Yo diría que Julio L. Gómez es uno de los poetas que crean poesía desde la Argentina interior, la subterránea, la que escapa a los grandes medios de la urbe, pero que está viva y late en muchos rincones del país.
El poeta y académico Antonio Requeni dice bien cuando afirma que “Juan L. Gómez es un poeta ajeno, por otra parte, a lo que Roberto Juarroz calificaba como el espectáculo de la literatura. Ha construido y sigue construyendo su obra, desde su Santa Fe natal, con recatada honestidad y ejemplar perseverancia. (…) su labor representa una apelación estética  al poder de la poesía para elevar a los hombres por encima de su rutina biológica, para expresar –como el poeta afirma- las únicas palabras/ que burlarán la muerte”.
Gómez busca su propia identidad a través de los seres queridos. De esa forma, logra trascender y encontrarse a sí mismo y, a la vez, al otro. Desde el primer poema, “Continuidad de los mares”, dedicado “a mi madre,/ quieta en un cementerio de llanura”, la poesía nace prístina, serena, en la voz de Gómez: “Mientras los que dicen/ que una pared te guarda para siempre/ indiferente al sol/ y a los inviernos que temías.// Miran el mar tus ojos en los míos/ y es otra vez verano en esta orilla.// Las olas te pronuncian/ y repiten los hijos el asombro/ cuando me abrí al mundo/ de tu mano” (p. 11). Y continúa con el recuerdo del padre y de la infancia. Para sumergirse en el presente y admirar ciudades extranjeras. Para desde su mismidad trascender hacia los demás y brindarnos una poesía alada, eminentemente lírica, con algunos rasgos de elegía, pero que es verdadera, única poesía.
Le fe religiosa del poeta se trasunta en varios poemas, pues es un creyente en la promesa de Cristo y en la trascendencia del hombre más allá de la muerte. Y lo hace con una limpieza lingüística que llega al lector y lo habita. Gómez, parte de su manejo ejemplar del verso. No olvidemos que es uno de los destacados sonetistas que habitan la Argentina. Y así lo demuestra cuando emplea esta forma en algunos de sus poemas que integran el libro.
En el prólogo a su anterior poemario “Razón de mí”, Adriana Crolla afirma que “(…) la poesía hoy, en un mundo falto de palabras verdaderas, abarrotado de significantes vacíos, de ecos tecnológicos, se erige como la posibilidad última del lenguaje, como la culminación  de toda escritura, de toda posibilidad de diálogo y hay que celebrar todo nuevo intento de habitarla”. Ese habitar la poesía convierte a “Reinos si olvido” en una expresión de lo que significa una poesía que nace de lo íntimo del hombre, del poeta, y se transfiere al lector. Eso, y no otra cosa, es lo que nos entrega Julio Luis Gómez en la profundidad y diafanidad de su decir.




martes, 8 de abril de 2014

OCTAVIO PAZ
Escribe Carlos Sforza*
Este año se celebran importantes acontecimientos relacionados con escritores. En efecto, sabemos que es el centenario del nacimiento de Julio Cortázar y de Adolfo Bioy Casares. Dos de los grandes narradores argentinos. Asimismo, el 31 de marzo se celebró el centenario del nacimiento de Octavio Paz, considerado uno de los grandes poetas y ensayistas del siglo veinte.
Octavio Paz nació en México y fue, por razones diplomáticas y vocación propia, un gran viajero. Estuvo en la India y era un admirador y estudioso de la cultura oriental.
Como escritor recibió los lauros más prestigiosos como el Premio Cervantes en 1981 y el Premio Nobel de Literatura en 1990. Poeta y ensayista de vasta extensión y alta calidad, y –según el mismo escritor lo reconoció-, por el año de su nacimiento es “hijo de la Revolución Mexicana  y de la vanguardia artística de comienzos del siglo XX.”
El escritor Santiago Estrella G., de “El Comercio”, de Quito, sostiene que Paz, “en su labor de poeta y pensador de la poética (entendida ésta como efecto y experiencia estéticos), nunca tuvo un conflicto  con aquello de un arte para pocos,” y agrega que no es otra cosa que “la libre respuesta de un grupo que, abierta o solapadamente, se opone ante un arte oficial o la descomposición del lenguaje social” según escribió Paz en el renombrado ensayo “El arco y la lira”.
Desde joven Paz estuvo envuelto en los movimientos revolucionarios. Algunos de sus compañeros giraron al fascismo y otros, como él, se acercaron al comunismo. Con los años, demostró una evolución que se jugaba por la democracia y el respeto a las instituciones y, por ello, al otro.
Cuando habló al entregársele el Premio T. S. Eliot, creado por la Fundación Ingersoll para distinguir a poetas y escritores de distintas lengua, sostuvo que “Eliot creía en la fidelidad a la tradición y en la autoridad; otros creíamos en la subversión y el cambio. Hoy sabemos que la salud espiritual y política está en otras palabras, menos teñidas de ideas absolutas. En las palabras que fundaron a la Edad Moderna, tales como libertad, tolerancia, reconocimiento del otro y de los otros. En una palabra: democracia” (l987).
Precisamente esa actitud de Octavio Paz, le depararon no pocos adversarios y hasta enemigos. Pero él fue consecuente con lo que pensaba y lo que decía. No traicionaba el decir, la palabra, con actitudes personales sino, por el contrario, se sentía parte integral de la palabra que decía y escribía.
En sus palabras de apertura en el Primer Congreso Internacional de Sevilla dedicado al poeta Luis Cernuda (mayo de 1988), sostuvo que hay una “doble condición: Arte del poeta: poder decir. Es un arte que exige valor, integridad. A su vez, ese decir  se cumple en un oyente que comprende y recrea lo oído y lo leído. Participación activa. La obra no termina en ella misma” y agrega: “La gloria se llama tradición: no la mentida inmortalidad de un nombre sino la continuidad de una palabras común”.
Octavio Paz fue un hombre jugado por la palabra. Es decir, fiel a lo que caracteriza al ser humano. La palabra que es liberadora y que a la vez hace que el hombre que la crea y usa de ella lo salve. Y hoy por hoy, que la palabra salve no es poca cosa.
En el acto en que recibió el Premio Eliot, entre otras cosas dijo que desde el romanticismo la poesía había sido condenada a vivir en el subsuelo de la sociedad. Y concretamente expresó que “en la segunda mitad del siglo (XX) se ha acentuado la marginalidad de la poesía. Hoy es ceremonia en las catacumbas, rito en el desierto urbano, fiesta en un sótano (…) Es cierto que sólo en los países totalitarios y en las arcaicas tiranías militares se persigue todavía a los poetas; en las naciones democráticas se les deja vivir e incluso se les protege –pero encerrados entre cuatro paredes, no de piedra sino de silencio” y concluía sus palabras diciendo: “Por esto, en tiempos como el nuestro, el otro nombre de la poesía es perseverancia. Y la perseverancia es promesa de resurrección”.
Así pensaba y escribía y grababa su nombre entre los grandes de la poesía y el ensayo, Octavio Paz.
Murió en Coyoacán, México, el 19 de abril de 1998.  



martes, 1 de abril de 2014

LOS QUE HICIERON LA PATRIA CHICA
Escribe Carlos Sforza*
Hay en cada provincia hombres y existen hechos que han forjado lo que llamamos la patria chica. Cada pueblo y comarca que integra ese territorio, tiene historias de vida que merecen ser recuperadas por quienes de una u otra forma, hurgan en la historia y en la música y en la literatura y suman sus voces en esa tarea de recuperación y mostración de los que hicieron posible llegar al hoy y, por supuesto, al revalorizar su trabajo no hacen sino traerlos al presente y proyectarlos hacia el futuro aunque, materialmente, no estén entre nosotros.
Roberto Alonso Romani acaba de publicar un nuevo libro. Se trata de “Hermanos de patria y cielo – Misceláneas montieleras” (Ediciones del Clé, Nogoyá –Entre Ríos-, dibujo de tapa e interiores: Vicente Cúneo, 2014, 224 p.).
Roberto Romani es un destacado escritor y compositor y difusor cultural que desde Entre Ríos hace trascender nuestra cultura y, a la vez, su propio quehacer, a lo largo y ancho del país. Como acompañante del título ha escrito que son “misceláneas montieleras”. Y tiene razón. Sus escritos reunidos en esta obra son dispares en cuanto a los personajes y a las actividades de esos hombres y mujeres que nos presenta. Y esa diversidad está unida en el libro por ser todos hechos relacionados con la patria chica, con Entre Ríos, representada por aquello de “montieleras” que es, ¿quién lo duda?, algo representativo de nuestra provincia que, como los dos grandes ríos que la circundan y los que la surcan por su interior, son elementos demostrativos de la esencia entrerriana.
Romani hace en su libro un aporte placentero para el lector. Porque, con un estilo que le es característico y que de a ratos parece que no sólo es para el soporte del papel, sino que adquiere el tono de la oralidad, nos presenta a hombres y mujeres que han transitado diversos caminos dentro del quehacer cultural, sea en la literatura, en el teatro, en la música, en los fogones lugareños, y que el autor los recupera y los pone frente al lector para que sepa de ellos y para que su presencia no esté herrumbrada bajo una lápida, sino que esté hoy, aquí, ahora, para mostrarnos quien es cada uno de los personajes que nos retrata Romani.
Un número aproximado a los sesenta, son los recuperados por el autor, además, añade lo que denomina “Noticias del poeta” con seis breves estampas que muestran la sensibilidad, el amor de quien escribe. Es decir, pone a disposición del lector, parte de su ser íntimo con un lenguaje poético.
Debo destacar que las escenas y hechos que muestra Roberto en sus estampas y momentos que desarrolla cada estampa, viene cargada no sólo de la prosa poética del autor, sino de versos de otros poetas que han cantado a la provincia y a sus hombres y a sus gestas a lo largo del tiempo y que hoy, por su libro, nos los hace presentes.
Dice el autor en “Palabras iniciales”: “(…) cada una de las páginas de de este libro pretende humildemente  despertar las voces de los abuelos dormidos y recuperar la impronta bienhechora de los hombres y mujeres que nos ayudaron a entender la vida y prolongaron la gracia de los zorzalitos, madrugadores en canoítas de amor”.
Y es así nomás. Un libro que se lee con deleite y donde campea la prosa poética de un hacedor de cultura, un creador, como es Roberto Alonso Romani.    


lunes, 17 de marzo de 2014

UN PAPA ARGENTINO
Escribe Carlos Sforza*
El 13 de marzo se cumplió un año de la elección de Jorge Bergoglio como papa en reemplazo del renunciante Benedicto XVI. El ex arzobispo de Buenos Aires, elegido a ocupar la Cátedra de Pedro sorprendió a muchos puesto que si bien estaba en la lista de los elegibles, pocos creían en que el argentino accediera a dirigir la iglesia universal. Personalmente yo tenía cierto olfato que podría ser él el elegido. ¿Por qué? Olfato, nomás. En el Cónclave anterior, cuando fue elegido Ratzinger, el arzobispo Bergoglio obtuvo un muy buen porcentaje de votos. Y ahora, hace un año, ratificó esa elección y fue ungido papa. Era un hombre que iba a Roma desde “el fin del mundo”. Desde una Argentina lejana y, además, era un sacerdote que había salido de la orden creada por San Ignacio de Loyola. En una palabra accedía al papado un hombre que no pertenecía a Europa y por primera vez un sudamericano, un argentino, y un jesuita.
A raíz del primer aniversario de la elección del papa Francisco, la sección ENFOQUES del diario “La Nación, del domingo 9 de marzo dedicó una entrega especial dedicada a recordar el acontecimiento con la colaboración de numerosas e importantes firmas.
Una de las notas se titula “Francisco, el rostro sonriente en la selfie de Dios” firmada por Diego Sehinkman. Y me pareció interesante su lectura y, advertir algo que para muchos puede resultar novedoso. Es cuando el autor de la nota habla del día en que el nuevo papa se presenta como alguien que “alunizó en el Vaticano de sorpresa, calladito”. Y se pregunta el articulista: “¿Era cierta esa imagen? ¿Un argentino allá arriba?” A renglón seguido agrega: “Sí. Hay un papa de Flores. Ni el más imaginativo  de los cuentos de Dolina lo había aventurado” (la cursiva es mía).
Y a este punto, el de la cursiva, quiero referirme puesto que hay un libro, una novela que habla de un papa argentino. No sé si el autor de la nota la conoce o no. Pero me llama la atención que diga que “ni el más imaginativo de los cuentos de Dolina…” Porque si desconoce la literatura argentina, es cuestión del articulista. Pero para hacer una afirmación así, hay que estar seguro. Salvo que solamente se refiera a la obra de Dolina y no sepa de otros autores.
Porque tengo que decirlo, el ex jesuita, P. Leonardo Castellani escribió una novela donde uno de los protagonistas principales es un papa argentino. Alguien sacó, no hace tanto, una nota recordando ese libro y esa circunstancia del papa argentino. Se trata de la novela: “Juan XXIII (XXIV) Una Fantasía”. El autor es, como queda dicho, Leonardo Castellani quien firma el mismo con su conocido seudónimo Jerónimo del Rey. Fue editado por Ediciones Theoría en 1964. Y allí aparece la denominada “Tercera Vida de Don Pío D. Ducadelia” el argentino que fue elegido papa.
Como podemos ver, ya un ex jesuita, sacerdote reivindicado por Juan XXIII, escribió una novela sobre un papa nacido en estos lares. Tal vez el autor de la nota de “Enfoques” no conoce el libro.
O quizá quiso referirse solamente a la imaginación de Dolina. Pero lo cierto es que mucho antes, un escritor argentino escribió sobre otro hombre nacido en estas tierras (en una novela que es ficción) que llegó a ser Papa en momentos del mundo muy difíciles.
La novela de Jerónimo del Rey (Castellani) se considera una continuación de su anterior “Su Majestad Dulcinea” (Ediciones Cintra, 1956). En la novela del Papa, el autor lo hace renunciar al papado. Y dice en el libro, al transcribir su renuncia: “Siguiendo el ejemplo de nuestro antecesor, el eremita Celestino II… estoy perfectamente seguro acerca de mi decisión, acepté el Pontificado por mandato de mi confesor y lo depongo por mandato divino…” Por supuesto, como el mismo autor lo dice, se trata de una “fantasía”, una ficción. Pero el papa es un sudamericano que sucede al recordado Juan XXIII:
Es este un reconocimiento a quien ha sido uno de los grandes escritores argentinos y de quien me jacto de haber sido su amigo: Leonardo Castellani.